Rondan los años 90 del
siglo XX, junto con mi padre cogemos el metro y vamos hasta la puerta
del Sol, en ese entonces se hace el trasbordo en Plaza Castilla y se
coge la linea 1 hasta Sol, de ahí salimos y nos dirigimos por la
Carrera de San Jerónimo hacia la plaza de Sevilla, es martes.
Ahí giramos a la derecha
por la calle Principe, y nos paramos a ver el escaparate de una
tienda que se llama “Aquí”, nos detenemos en el escaparate y
vemos una cámara Leica de platino, hay muchas más cámaras, siempre
me he querido una Leica.
Desde ahí avanzamos unas
decenas de metros más y frente a “Ópticas San Gabino” (en mi
mente anteriormente se llamaban Ópticas San Dalino) hay un portal
cochambroso, la puerta es verde y es muy oscuro, huele a humedad y
subimos por las escaleras de madera que crujen al pisarlas, entramos
a través de una puerta no menos vieja que el resto del edificio y
con una mirilla de esas que tienen una tapa que se abre desde dentro
para ver quien llama, entramos y ahí si que hay luz.
Tiene varias salas
gigantes en las que hay colgadas fotografías, hay una sala algo más
grande a modo de salón de actos donde se hacen concursos semanales.
Mi padre el día anterior
se ha dedicado a colocar las fotografías que ha seleccionado en unas
cartulinas a modo de marco de las fotos, aun están guardadas en la
misma carpeta marrón con gomas dentro del armario, no hace mucho las
estuvimos viendo, recuerdo un día que llevó al concurso una
fotografía del motor de una “Harley Davidson” o el que era una
puesta de un pueblo, o la silueta de un perro negro en la alameda del
Parral de Segovia, un pastor con un transistor, una torre de
electricidad caída o las vías del tren en la estación de Segovia.
Recuerdo esto porque me
gustaba ir, pero recuerdo aun más cuando mi habitación se convertía
en ese lugar mágico en el que en un papel blanco aparecía la imagen
de la nada, solía ser los viernes, aunque no había día fijo, un
lugar oscuro con una lámpara marrón, no usaba la roja sino la
marrón, el papel de marca Valca, o si la fotografía iba a merecer
la pena Ilford, el olor de los líquidos, revelador, baño de paro (a
ácido acético tipo vinagre) o el fijador, o luego lavarlas con
mistol, que venía en una bolsa de plástico, pequeña con líquido
amarillo naranjoso, luego ponerlas en bastidores de madera con un tul
rosa apoyados en el mueble de madera del salón de casa, para que
escurriesen las fotografías y el agua cayese las hojas de El Pais
del domingo colocadas sobre el suelo de corcho que había en la casa
de Madrid.
Recuerdo horas y horas
viendo como se hacía la magia y aparecía la imagen que antes había
salido de la ampliadora en negativo, recuerdo porque me encantaba ver
como aparecían esas imágenes y porque no me podía ir a la cama
hasta que el laboratorio era recogido.
Yo permanecía en
silencio, mirando, sin preguntar demasiado, aprendiendo cosas que he
olvidado, como se usaban los tres filtros de la ampliadora, magenta;
amarillo y cyan para usarlo con papel de contraste variable, pues
variándolo el papel se convertía en un tipo u otro, se que había
varios no recuerdo los nombres, o los tiempos que tenía que estar el
papel en cada uno de los líquidos. También el fotómetro con reloj
que tenía mi padre para medir la la luz del negativo, y ver que
había que poner en los filtros de tres colores, esos filtros que
sólo los tenían las ampliadoras que valían para fotografía en
color, aunque yo nunca vi como se revelaba a color, pues siempre
recuerdo que me decían que el revelar fotografías de color era
caro, ni que revelar en blanco y negro fuese barato.
Porque las fotografías
que se hacían en mi habitación eran en blanco y negro y esa magia
me encantaba, porque yo siempre había oido que el color se inventó
hacía relativamente pocos años y yo creía que las personas veían
todo en blanco y negro y que un día alguien inventó las cosas a
color y que todo se había coloreado, inocencia... y así me hice
fotógrafo...
Cuando mi habitación no
se convertía en un laboratorio las tardes y noches, años antes, se
pasaban al principio en el cuadrito distribuidor donde había un
armario de madera, con una puerta que se abría con llave y formaba
una mesa, recuerdo el sonido que hacía la tabla al convertirse en
mesa, y ahí había unas radios maravillosas que te comunicaban con
el otro lado del mundo, ahí era yo muy pequeño, pero mi primer
recuerdo es del día 23 de febrero de 1.981, cuando estuvimos oyendo
desde casa las conversaciones de la gente que hablaban sobre el Golpe
de Estado (eso era en el salón de casa con una super star 360 de
27Mhzs). Luego en el distribuidor de casa con la emisora se escuchaba
y se podía hablar todo el mundo, recuerdo a mi padre hablar con
gente de Segovia, y hablando en inglés con gente de otros países.
Años después me hice radioaficionado.
Otros días se pasaban en
la habitación de mis padres donde había un ordenador, al principio
de pantalla verde. Años antes el ordenador se ponía en una
televisión pequeña y era un ZX81, o un Spectrum 16k después,
recuerdo el sonido del programa al cargar con un cassette, fue años
más tarde creo que en el 1.986 cuando llegó a casa ese IBM de
pantalla verde y que me acuerdo que costó 600 mil pesetas con un
descuento que le hicieron a mi padre de descuento en el Banco
Santander, donde trabajaba. Ese ordenador fue cambiando poco a poco y
modificándose lentamente, de tal manera que creo que mi padre nunca
más tuvo un ordenador nuevo, pues siempre se fueron modificando
piezas poco a poco, un día un disco duro, un día la memoria, un día
cambiaba las disqueteras de 5 ¼” a la de 3,5”, luego un CD-ROM,
luego una pantalla de color, luego el windows... y ahí yo sentado en
la colcha con flequitos que había en la cama de mis padres,
pinchándome el trasero fui aprendiendo sobre ordenadores, desde
montar un ordenador hasta aprender sobre los programas, siempre sin
que nadie me explicase nada, sólo mirando, observando y con escasas
preguntas.
Porque hoy se aprende con
youtube, pero entonces mi padre aprendía con revistas y yo aprendía
con mi padre, observando, sentado en silencio y siguiendo sus pasos.
Siendo él mi referente, a quien admirar y a quien observar día tras
días, en diferentes situaciones y en diferentes momentos.